lunes, 19 de septiembre de 2016

Cállese.

Cállese... sí, cállese. Con un beso, uno mío.
Déjeme disfrutar del silencio cómplice
que envuelve siempre la danza de los labios.

Venga, tómeme de las manos, apriete mi cintura
dejemos el mundo a un lado por unos minutos
que el tiempo pase y seamos, solos, usted y yo.

Quien diría que mi deseo por sus besos
haría revivir a la escritora en coma
y arrancaría una vez más, unos versos de mi boca.

Más no se confunda, señor,
que aunque dulces mis palabras,
también con límites y certezas.
Pues no son más que el capricho
de tomar lo inalcanzable.