Cállese... sí, cállese. Con un beso, uno mío.
Déjeme disfrutar del silencio cómplice
que envuelve siempre la danza de los labios.
Venga, tómeme de las manos, apriete mi cintura
dejemos el mundo a un lado por unos minutos
que el tiempo pase y seamos, solos, usted y yo.
Quien diría que mi deseo por sus besos
haría revivir a la escritora en coma
y arrancaría una vez más, unos versos de mi boca.
Más no se confunda, señor,
que aunque dulces mis palabras,
también con límites y certezas.
Pues no son más que el capricho
de tomar lo inalcanzable.