sábado, 13 de febrero de 2016

Crisis de Sereno (Inconclusa)

Parece que hoy he bebido más de la cuenta...
Tengo el estomago revuelto y la cabeza me pesa.

Todo empezó ayer con una canción. Una que pareciera haber sido escrita por mi, tan perfecta a esta extraña situación, como si alguien viera a través de mi todo lo que pienso, lo que siento, lo que quiero y lo hubiera plasmado en tan perfectas y algo melancólicas notas... La canción rondó y rondó por mi mente, mis labios pronunciaban cada una de sus estrofas sin parar; poco a poco, la incertidumbre, tomada de la mano de las notas que salían de mi garganta como cantando mi realidad, fue haciendo mella en mi.

Entonces, el mundo empezó a dar vueltas vertiginosamente, entré en un estado de irónico éxtasis: cantaba fuerte y alegre una canción triste, triste en sí y aún más triste para mí... Tras unos momentos de tanto cantar desafinado, un pequeño corte de lucidez pasó por mi mente descubriendo la realidad oculta de mi estado: camuflaba mis ansias, mi preocupación y mi tristeza bajo esa mascara folclórica. No importó saber la verdad sobre mi estado, simplemente culpé al viento nocturno -al sereno, como dijo el comediante- de haberme causado borrachera mental. Sí, eso era lo que yo tenia...

Mi embriaguez, creada por el loco azul que habita en mí –si, dentro de mi vive un ser azul con enormes ojos vivarachos, frecuentemente desorbitados y una sonrisa pícara que pareciera querer alcanzar sus orejas, que a pesar de su azul y fría piel, parece estar movido por un naranja ardiente en su interior; suelo mantenerlo cautivo en mi mente, pero de vez en cuando pierdo el control sobre él, y he aquí las consecuencias– que busca siempre camuflar mis sentimientos en algo diferente, me impulsaba a buscar la forma de escuchar Su voz. Siete días sin oírla se me hacían eternos y fue mi ebrio estado el que me dio valor para tomar el teléfono y llamarlo. Desconcertada por tanta locura, decidí salir de mi casa, dando tumbos mientras caminada hacia el parque; supongo que no quería que nadie más supiera la verdad sobre mi extraño comportamiento, sino sólo la luna, aquella mi fiel compañera, y yo. Una vez tomé algo de valentía, mis desaforados dedos se apresuraron a buscar sus iniciales en mi teléfono. Marqué. Una, dos veces: no contestó. Tercera vez: ¡colgó! 


Fue aquel suceso el que desató la resaca de toda mi borrachera, el malestar después de tanto festejo. Tanta alegría y desenfreno pasaron de repente a mostrar su verdadero rostro, compuesto de tan variadas emociones que no podría describirlas todas, mas estoy segura que ninguna de ellas tenía una tonalidad agradable

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